miércoles, noviembre 23, 2005

No soy tu bicho

Una y otra vez. Me preocupa lo bello y lo bondadoso. Como no me fue dado ser bella me apuro hacia la bondad. Aún me queda otra opción: además de ser buena crear lo hermoso. Pero no. No sé.

No soy tu bicho. Nadie invoca intercesoras para mí. Es que no las tengo, creo.

Yo también apago las luces y las manos, me desnudo a gritos de lo diurno y moviente. Yo también quiero poner un puente blandengue que una mi espacio con la otra orilla. Yo también quiero cruzar y no caer, sostenerme de una palabra, ¿sabes cuál? Que no el amor, no, no esa palabra. Diantre de intertextualidad.

Yo también quiero beberme.

Nadie me reclama pegada a las palabras. Porque no lo merezco. ¿Por qué no lo merezco? Porque no.

No es un lamento, es un cuento y es que a mí la rima siempre me cayó muy mal.

Una vez algo grande y pardo revoloteó fente a nosotras. Gritamos y nos echamos para atrás. Aquello grande y pardo se paró en la pared (en la pared, en la pared) y vimos entonces que era una cucaracha, una cucaracha grande (y parda). Ella dijo: "no puede ser" y después preguntó: "¿desde cuándo hacen eso?".

Y entonces aprendimos que las cucarachas ya aprendieron a volar. Todo se aprende tan rápido que mira nada más cómo nos lleva la evolución bien encarrerados hacia sabe dónde. Pienso que lo chueco de mis dedos chicos va a hacer que un día se me considere excepcional. Agazapada aguardo el momento en que mi deformidad devenga en algo útil.

La última fumada del cigarro me supo a jabón. Abro la boca para ver si me salen burbujas, pero no, solamente lo usual. Que no palabras, no tiendo a caer en el lugar común. (¡Ja!)

¿Viste lo humorística que puedo llegar a ser?

Quien me acusa por mi disgusto ante lo solemne. Quien me acusa por mi falta de gracia. Quien se queja de flojeras crónicas por entablar conversación conmigo, por leerme, por saberme. ¿Quién? Pues nadie, nadie. Que al final no nos pusimos atención. Porque no lo merecemos. ¿Por qué no lo merecemos? Porque el amor, porque el humor, porque el horror. Porque no.

No importa.

No soy tu bicho (pero)

No importa.

Pero ven tú (vení). Encuéntrame en cualquier lado un día que no sea martes. Llámame por cualquier nombre, aunque no sea el mío.

Lo merezco, lo merezco un poco. Una palabra, dos. Ayúdame al menos con la esperanza.

Aquí, bichito. Quieta. No hay ventanas ni afuera...

Y si me voy, si ves que ya casi me voy, clama, carajo, clama; porque no soy bella pero hay que ver qué clase de buena persona soy. Y porque creo lo hermoso. Insiste, lo merezco.

No te vayas, ausente, no te vayas, jugaremos, verás, ya verás.

Si ves que ya casi me voy.

Abre los ojos.

Por favor.

martes, noviembre 15, 2005

'Yo lloré y Maggie rió y todo fue una confusión'

Soñé que al ir pasando junto a un elevador abierto, un señor me empujaba y me hacía entrar; la puerta se cerraba y no se abría sino hasta muchos pisos después. Para salir tenía que regresar todo lo recorrido pero, como a mí me dan miedo los elevadores, me veía en la necesidad de usar la única otra opción: las escaleras. Todo era una confusión, porque había muchas y era muy complicado decidir cuáles eran para subir y cuáles para bajar.

En mis sueños hay escaleras para una y otra cosa. Si quiero hacer trampa y subir por la que es para bajar, siempre vuelvo a aparecer en el mismo sitio.

Todavía no descubro cómo saber desde la primera vista cuál escalera sube y cuál baja, para así poder seguir el caminito escalón-escalón-escalón y llegar a la puerta que me saque del lugar donde me encuentro agobiada y perseguida por no se sabe qué cosas horrendas.

Tan fácil que sería: bajo por las escaleras que son para bajar, abro la puerta, les digo a las cosas horrendas (esas que no se sabe qué) "ahí se quedan, putos", salgo y, toda tranquilidad, me voy. Pero no.

Cuando descubra la verdad del arriba y el abajo todo se acabará y dejaré de soñarlo. Siempre ha pasado así. Estoy segura que esto me ocurre porque fui una niña a la que no se le concedió la ventura de crecer con juegos de video. Mis limitaciones me han vuelto lo que soy. Todo es culpa de mis padres. Yo, por eso, no tendré hijos. Si tuviera uno en este momento, lo llamaría Ítalo. Yo, también por eso, no tendré hijos. Que me agradezca la humanidad, que de Ítalos y niños con rencores a sus papás ya tiene suficientes.



De los 6 a los 10 años soñaba constantemente con el diablo. Ahora ya sólo sueño con escaleras unidireccionales y creo que me angustio más que antes. El subconsciente se va volviendo aburrido con el tiempo, y mucho más débil, ya de todo se asusta, el muy maricón.

jueves, noviembre 10, 2005

1015 caracteres de mediocridad emocional*

Puedo quejarme de todo. Me duele el tiempo pasado: lo bueno que hubo porque ya no lo tengo y lo malo porque tuve que vivirlo. Todavía es peor el presente, porque (el muy puto) se va a ir.

Nada es constante, todo es perecedero y al final sólo se es uno y es muy simple.

Avance, avance y no tenga miedo, que derecho, camino adelante, no se puede ir muy lejos.

El tiempo se me va, se te va y se nos va y apenas si alcanzamos a verlo en lontananza y decirle "adiós, viejo nabo, adiós". Después, mirarse las manos vacías y convencerse que nada pasó.

Sé perfectamente cómo era todo hace un año. El recuerdo lo tengo aquí juntito. En cambio, de la desesperación que se lee ahí abajo apenas si me acuerdo: la veo lejana, contada; pero ni entonces (hace un año) ni ahí (abajo) ni ahora (hoy) ni aquí (este post) he estado mejor (ni peor).

El problema con los inconformes es que nunca estamos bien y nunca estamos mal, estamos nomás, y así no se puede vivir: al corazón (el ánimo o la esperanza) le da por enmohecer.

*Bonus: 60 caracteres propositivos.

Hay que volverse extremista: (Otra vez) Yo quiero ser feliz.

domingo, noviembre 06, 2005

Medidas desesperadas (que a veces pienso en mí de más)

Consideré como opción llamar a alguien y comprar su atención, ofrecerle dinero a cambio de salir conmigo y escucharme hablar de mí todo el tiempo que durara la "cita", la cual terminaría en cuanto yo así lo quisiera, entonces nos separaríamos y no nos volveríamos a ver. No me parecía (ni me parece aún) un plan indigno. Los psicólogos se prostituyen así todo el tiempo y la gente les aplaude.

Pasé toda la noche buscando desesperadamente en mi agenda mental al interlocutor. Nada. No hay nadie. Las pocas personas que conozco y soporto son mis amigos y con ninguno de ellos podría ser. Lo malo de las amistades sinceras cuando a uno se lo está cargando la jodida es que aún así se tiene que ser equitativo. Todos tenemos problemas gravísimos que representan algo así como el fin de mundo y todos los tenemos al mismo tiempo, entonces hablo-escucho-hablo-escucho (quedando tan entrecortado el propio lamento que ni se puede disfrutar), mutuas palabras de consuelo, ay de ti, ay de mí, mutuas palmaditas en la espalda, pat pat pat y regresar cada quien a su casa con el terrible drama personal igual de contenido que cuando se llegó.

Incluso pensé el sitio ideal para el encuentro. El Chai es demasiado feliz y un Sanborns muy poco serio. Tenía que ser en La estación de Lulio (el perfecto lugar común).

Después de recorrer muchas veces a las cuatro o cinco personas que conozco y soporto, la esperada, primera, última y única opción salió. (Cuando era niña, en la escuela, un duende me escondía el borrador; tenía siempre que repasar muchas veces los objetos que había en mi estuche para encontrarlo: lápiz-pluma-pluma-pluma-sacapuntas, lápiz-pluma-pluma-pluma-sacapuntas, lápiz-pluma-pluma-pluma-sacapuntas-¡borrador! Quizá ahí había estado todo el tiempo, quizá el duende me lo había regresado, no sé, pero aprendí que hay que buscar en el mismo lugar una y otra vez porque siempre todo ahí está.)

Mi primera, última y única opción era perfecta. Nos conocemos de tiempo, así que no había que ponerlo en contexto. Nos importamos poco, así que no había que preocuparse por la reciprocidad. (Esto es un transacción servicio-pago y como tal debe ser tomada.) Y, lo mejor, entiende que la tristeza no es una fiesta y que algunas personas necesitamos un féretro y no palabras de ánimo.

El resto de la noche y hasta que amaneció lo pasé (además de llorando, ahogadamente, con rabia y desesperación como hace mucho no) imaginando el encuentro. Yo hablé y hablé y hablé de mí, me perdí en detalles, fui redundante, estructuré mal la narración, repetí muchas veces que estoy condenadamente triste, que tengo años de cansancio y que ya no me puedo mover de donde estoy. Ni una sola vez hubo consejos, ni una sola vez soluciones, solamente palabras de entrada para que yo pudiera continuar hablando (de mí) cuando me quedaba trabada, sin saber qué más decir, y entonces podía seguir con lo mismo: que estoy bien triste, que estoy cansada, que ya no puedo. Todo el tiempo con lágrimas, a ratos con un llanto histérico, por primera vez frente a alguien un llanto no reprimido de inmediato, un llanto necesario, indispensable, que de nada quiere convencer.

-Estás tan triste. Pobrecita, carajo. Es fácil entender que ya no puedas. Tu drama cotidiano es el más grande del mundo.

(No es cierto, pero uno a veces necesitaría escuchar eso. No es que nadie lo vaya a decir -yo nunca se lo he dicho a nadie-, pero uno a veces necesita desesperadamente escuchar eso y de ahí que yo me lo tenga que inventar.)

Al final ni llevé ni voy a llevar a cabo el plan. Tampoco me siento mucho mejor después de la conversación imaginaria, pero ya no estoy en medio de la pavorosa desesperación, ya sólo estoy triste, ya todo está normal.


-No me dejes sola.
-Estás sola.

Yo lo sé, y lo acepto.


Por lo menos ya me puedo mover.
Me voy, adiós.

Tap tap tap...

miércoles, noviembre 02, 2005

Soy un viejito achacoso

(porque los viejitos son más achacosos que las viejitas, sépalo)

Todo el día tengo sueño. Si no como me duele el estómago y si como también. Si mastico cosas duras se me atora la quijada. Una vez me dio gripa y un oído se me reventó. Una vez bajé un escalón y se me rompió un pie. Una vez me tomé dos vasitos de algo con Torres y vomité. Manejo a una velocidad constante de 50 km/h aunque nadie más haya en la calle. Me dan miedo las multitudes y los lugares con mucho ruido. Paso los fines de semana viendo películas compradas a Hallmark por Cine Permanencia Voluntaria del 5. Me angustio con las problemáticas de Lo que callamos las mujeres. Me enojo fácilmente. Las cosas se me olvidan y hago citas que no cumplo. No estoy en onda. Vivo de rutinas y paso la vida hablando de acontecimientos antiguos pues nunca me ocurre nada nuevo (y ni quiero).

Eso no está tan mal, sólo que sería bueno ya tener 80 años para no estar fuera de lugar y dejar de ser criticable e irrisoria. Pero, aunque no los tengo ni los tendré pronto, todavía queda una esperanza para mí. Así como ya dejé bien en claro para quienes me quisieron acusar de perezosa que lo mío es cansancio crónico, diré en adelante que ésto de lo que hablo es una progeria anímica que hace que me funcione todo mal.

-Pinche Graciela amargada.
-¡Es la progeria, es la progeria!

Estoy enfermita. Déjenme en paz.