viernes, diciembre 30, 2005

Lugares comunes

Volvió. /Respiro de alivio./ Y es que era muy triste querer entrar a mi propio blog y no encontrarlo.

Una vez arreglé mi cuarto y guardé el libro que en ese momento leía (a saber, Corazón tan blanco) en el lugar que me pareció más obvio para guardar el libro que en el momento se lee (a saber, el cajón de un buró). Cuando quise seguir leyéndolo lo busqué en el huequito entre el colchón y la pared (donde siempre lo pongo) y no estaba, tampoco abajo de la cama, tampoco en el clóset, ni en los otros cuartos, ni en los libreros, ni en el carro, ni en el trabajo y tuve que darlo por perdido. Hasta que necesité algo del cajón del buró y lo abrí vi que ahí estaba, en el lugar que jamás recordé como el más obvio para guardar un libro. Eso siempre me pasa: guardo cosas en sitios que en el momento me parece muy evidentes y luego doy por perdido lo guardado porque ya no me acuerdo dónde lo puse. No soy buena para los lugares comunes.

A mi pobre blog lo cambié de dirección en un momento de coraje post-navideño y luego se me olvidó cómo era la dirección a donde lo mandé y la computadora de mi casa no me dejaba entrar al blogger para verlo y hasta hoy regresé a la todopoderosa computadora del periódico y pues ya, volvió.

La vida definitivamente no es bella, pero sí fácil (o con el tiempo se vuelve), y me gusta así.

domingo, diciembre 11, 2005

Mi vida como la conozco (2)

Es fea, pero, también, podría ser mejor.



Podría tenerlo todo, como Ben: Una rata asesina con conflictos de aceptación social, una canción bien conmovedora y a Michael Jackson. Qué envidia. Argh.

Mi vida como la conozco (1)

Es fea, pero, eso sí, podría ser peor.


¡Jesús! Mucho peor.

sábado, diciembre 10, 2005

Cenicienta sin ratones

Casi a la media noche me tomaron de la mano, no en un acto amoroso ni similar, sino de casualidad (¿causalidad?) y me vi tan desprotegida, tan sola y tan infantil, con tantas ganas de que no me soltaran y, sin embargo, me soltó. Gracias y adiós. Fue una transacción.

¡Cuánta pinche soledad!

También me quitaron el libro de Pizarnik.

Y me quedé toda la noche esperando a Nadezhna, la que nunca apareció.

miércoles, diciembre 07, 2005

La durmiente

Un día me voy a dormir.

Cierro los ojos. Estoy cansada.

Un día me voy a morir.

Alguna vez llegué a dormir 18 horas seguidas. Eran malos tiempos, pero qué condenadamente placentero era el sueño. Ya no es lo mismo. Extraño mi tiempo libre. No que ahora lo tenga ocupado, pero una cambia. Si un día sufro de insomnio yo sí me quiero morir.

Abro los ojos. Estoy cansada.

Lo que la fiebre hace sentir se asemeja mucho al despertar después de un largo periodo de sueño. Me gusta. El cuerpo calientito, el atontamiento, la nostalgia de los minutos previos a espabilarse por completo, lo simple, bueno y lento que es todo en esos momentos. De la fiebre al despertar sólo existe la separación de la saliva. La de la fiebre es común; la del dormir largamente -sobre todo por las tardes, no sé por qué- es viscosa, suave, casi dulce, como la del llanto, pero todavía mejor.

Cuando a E. le daba fiebre siempre tenía la pesadilla de que un rollo de papel higiénico gigante la perseguía; se iba desenrollando y ella intentaba escapar, correr hasta que se acabara, pero el rollo era infinito. Me decía que era algo terrible, escalofriante. A mí siempre me pareció una pesadilla muy aburrida.

J., desde niño hasta hoy, cuando la temperatura se le pone alta le entra el convencimiento de que la rana René lo ha estado buscando desde hace mucho y que en ese momento ya está cerca y de cualquier lado se le puede aparecer. Entre dormido y despierto ve cómo el muppett lo sigue através de un laberinto. Prefiero esto a lo del papel de baño.

Yo, despierta, con fiebre, mientras voy caminando fantaseo que se me cae la cabeza y no me doy cuenta porque estoy atontada por el mal, sólo me siento un poco más ligera, es cierto, me siento mejor. El cuerpo sigue caminando, realiza las actividades, sube y baja y avanza y no se cansa. La cabeza rueda un poco, se detiene, cierra los ojos, duerme. Toda yo (cabeza y cuerpo, aunque separados) estoy bien, estamos bien, en paz. Ahora sí cada cosa está en su lugar.




***Es que tengo fiebre, a estas horas, aquí. (Y no me puedo dormir.)




Sueño que mis sueños sueñan que sueño este sueño.
De ser cierto, el presente cuento es infinito.
De lo contrario, lo mejor que podemos hacer es olvidarlo.
(Z.H.)