domingo, febrero 12, 2006

(...) El sentido del mundo está en caminar, en el movimiento, en el cambio: fue hecho sólo para deslizarse en instantes irrecuperables, para nacer y morir en un parpadeo. En cambio la literatura, (...) como el amor, desde el inicio se encuentra condenada al fracaso. (...) Te escribo porque he decidio lanzarme al vacío: al menos en este caso no me atrapa la inercia. Lo peor es que te escribo y ni siquiera sé si te conozco. ¿Te amé? ¿A quién amamos? No a las personas, sin duda, sino a sus imágenes, las nebulosas siluetas que hacemos de ellas: a sus residuos. A fin de cuentas -el dolor lo prueba- sólo existimos para quienes nos aman o nos odian. Por desgracia esa temible existencia que nos otorgan los otros no se parece a nuestra amargura. De ahí que el amor más profundo sea el que tiene por objeto a un desconocido; así lo poseemos sin decepcionarnos de la idea que tenemos de él comparada con su cuerpo. Cuando convivimos con el ser amado, cuando lo vemos a diario, cuando somos capaces de adivinar sus pensamientos, el amor se desvanece y nos damos cuenta de que el otro no ha sido más que un pretexto. Pero no me importa, a estas alturas me da igual que seas una invención mía y no vayas a leer esta carta: de cualquier modo voy a escribírtela. Que el azar me pruebe en este viaje absurdo, yo probaré en él mi suerte. Muy poco me resta de ti: apenas una remembraanza amarga, un espasmo, jamás una mirada, una palabra, una caricia tuya. Todo se desvaneció; ni siquiera tu nombre significa algo, pues, ¿a cuál de tus figuras, estados de ánimo, sentimientos he de dirigirme? ¿Cuál de todos esos ojos, mejillas, llantos, insultos eres tú? Sólo que, pese a la irracionalidad que entraña, te amo intensamente, mi destino depende de un murmullo de tus labios, de una seña de tu mano. Es la paradoja: no puedo dejar de decirte ya nada. Nada puede hacer que te oculte lo que por ti y para ti es en mí. Nada me puede contener, ni el temor de herirte (...), me posee el amor a ti. (...) Te toco, te veo, te toco y te veo en mí: yo soy de ti, fuera de ti no soy: déjame que me defienda de morirme. Deja que por un instante vuelva a hacerme de ti, que lo intente. (...) Te he hablado, te hablo sin pudor, brutalmente. (...) Estoy llorando como nunca he llorado. Toda mi vida está llorando por ti. Perdóname, fui yo quien te destruyó, no el tiempo. Debía olvidarte, asesinarte, apartarte de mi cabeza. Tú y yo. Y vencí: de pronto dejaste de importarme. Quise entonces excluír de mi alma los sentimientos, siniestras llaves de puertas no deseadas, ápices de debilidad. Ellos nunca me explicarían el mundo. Me refugié en la inteligencia, ese frío tumor: con ella fabriqué un universo contingente, con leyes precisas, donde no hacías falta. El azar estaba prohibido; el amor, proscrito. (...) Infinidad de veces repetí que había que arrancarle al mundo los escasos jirones de verdad que nos muestra: ahora me veo precisado a desprender el más importante, el que puede justificar los demás, el que puede dar sentido al tedio y al dolor, a las risas necias y los olvidos puntillosos, a tu amor desvanecido y a esta carta que se pierde con mi sangre.
Amada, estás presente a pesar del oscuro silencio,

3 comentarios:

Anónimo dijo...

En pocas palabras GENIAL!!!
Tú lo escribiste? si no es así me encataría saber de dónde lo sacaste.
Tú blog es simplemente hermoso

diamandina dijo...

Nono, yo no lo escribí, nomás que no se me da mucho eso de poner créditos, pero lo pongo en cursivas para que luego no me acusen de plagio.

Es del libro "A pesar del oscuro silencio" de Jorge Volpi.

Gracias por el comentario, ojalá reencuentres mi respuesta tan escondida por acá.

Anónimo dijo...

GRACIAS!!! De verdad que eres IMPECABLE y DIAMANTINA :D