sábado, marzo 31, 2007

Las mujeres son golpeadas por el basquetbol



Es como que todos se organicen para un partido de basquetbol. Es terrible, da miedo y realmente no quiero jugar.

Pero se siente muy feo ver cómo todo se va acomodando y nadie me pide que esté en su equipo.


Aunque no quiera estar.



I am saying, Vanessa, that even crazy people like to be asked.

lunes, marzo 19, 2007

El café del fin del mundo

I was at a funeral the day I realised
I wanted to spend my life with you

Había un capítulo de La hora marcada llamado así. Me emociona el nombre. El fin del mundo es mi lugar común preferido.

Si me pongo a pensar en cosas que he olvidado, recuerdo que hace unos años la pura onda era, en lugar de cortinas, poner persianas horizontales de metal, que se sostenían por unos listones que las hacían subir y bajar. Eran pesadas, ruidosas, se atoraban casi siempre al descender y tratando de desatorarlas te ganabas cortadas en los dedos cuatro veces al día. Eran feas y fastidiosas, pero eran también las mejores cubiertas de ventana para espiar. Como eran muy flexibles, se podía levantar con un dedo el caber de un ojo en la lámina y observar sin que desde afuera se notara violado el hermetismo visual de la ventana.

Me imagino que así era la persiana tras de la que se escondía el espía espiado de Morirás lejos. Me imagino también que con este sistema podría hacer lo que he querido desde que recuerdo querer cosas pero siempre había pensado imposible, porque era mucha amenaza y yo no soy de arriesgar: ver, que no me vean y escapar del castigo.

Lo que yo quiero y he querido siempre ver es la calamidad previa al juicio final, pero me detenía la historia esa, que me emociona también, de que, cuando el apocalipsis venga, el que se guarde en casa se salva, pero el que no, y no sólo el insurrecto que rete a la profecía y se quede afuera, sino también el que se atreva a mirar (el fisgón morbosón), se lo cargan los jinetes o lo parte en dos (o en siete, mejor) la espada de fuego y se lo lleva el diablo.

Yo no quiero que me lleve el diablo pero ahora lo sé: puedo ver y que no me vean, persianas metálicas es mi solución. Supongo que por eso se fueron para no volver y ya sólo podemos elegir entre las acusadoras verticales, que abren grandes espacios al separar una de otra, o las cortinas, que captan cualquier movimiento.

Antes podían estar de moda las persianas metálicas, había tiempo, ahora ya no, seguro está ya cerca el fin del mundo y lo saben y nos quieren coartar los medios para evadirlo. You can run but you can't hide.

Pero yo sé dónde están guardadas las persianas ochenteras, yo las tengo y, además, tengo un plan. Todo calculado. Veré lo que quiero y siempre quise ver. Por primera vez voy a estar en el lugar y momento correctos.

Todo va muy bien, pero queda una cosa más. Siempre pienso sólo en mí, quizá si esta vez eso cambiara e invitara a alguien a mi bunker voyeurista, hasta el nombre que me emociona tedría sentido, y entonces la perfección. Cuando me canse de ver la sangre, el desmembramiento, el terror, los días como noches, el poder destructor del frío y la angustia, podría dejar mi ventana e ir dulcemente con dos tazas en mano hasta la mesita de centro, bellísima, limpísima, sería de cristal:

-¿Un café?

Y hablar. Olvidarnos un poco, un poco más, olvidar que se acaba. Aunque se acabe. Un café y olvidar. Para no sentir más soledad. Fin del mundo, sí, pero ¿otro café? No se me ocurre un mejor final.

martes, marzo 13, 2007

El libro de las bastardillas

Bastardillas. Qué nombre maravilloso para un tipo de letra.



Escribiré en bastardillas todas las infamias de mi vida.

Grandes volúmenes llenos de sucesos inconexos y nombres que en el estilo llevarán su condena.

Incluirá tomos en blanco para que el lector lo complemente con sus propias desgracias y lo pase a alguien más, quien hará lo mismo, hasta que el mundo entero, su historia, sus promesas de futuro y cada persona que vive o vivió esté contenido en El libro de las bastardillas.



La hora de señalar llegó.


Teman.




They think they've got us beat, but revenge is going to be so sweet

domingo, marzo 04, 2007

Uno (espantos de marzo)

De nada serviría dar razón de por qué jamás me asomo de noche por una ventana o nunca contesto el teléfono de casa o evito constantemente mirar al cielo en las noches claras o no contemplo fijamente cuadros e imagenes religiosas o tantas cosas que hago o dejo de hacer movida por el miedo irracional y único de ver un espanto, un duende, un alien, un niño rata o alguna de esas cosas que de un susto me puedan matar. Inutil sería dar razón. Inutil también hablar de eso, pero lo hago para no sentirme sola, para dar constancia. Ellos han empezado a contar.

Por mucho tiempo, desde niña, al no poder dormir pensaba en todas las cosas horribles que podría ver y escuchar, lo que no representaba lo más terrible de mis ideas, sino el saber que al día siguiente lo contaría y nadie me iba a creer. Supongo que por eso el miedo a los espantos es más fuerte en soledad, pues encima de todo no habrá nadie que sustente el horror; además de saberse uno mismo endemoniado, los demás te supondrán loco, qué podría faltar.

Otra cosa terrible con esto de la malahora es la incertudumbre. Nunca se sabe de dónde ni cuándo vendran los monstruos, hay que estar siempre en estado de alerta (como el gato) y tener constante temor. Pasa incluso con los espantos de casa, con los que uno ha vivido siempre, esos que se saben ahí, agazapados, haciendo algunos ruidos, moviendo sutilmente cosas; uno se acostumbra a ellos, pero tarde o temprano tendrán que hacer algo grande, saldar sus cuentas, contar su historia. Ni los espantos hogareños son de fiar.

En una casa que es más mía que la mía, donde viví alguna vez y siempre he estado más tiempo que en ningún otro lugar, hay uno de esos fantasmas tranquilos, que se escuchan bajito bajito, que de pasada se ven, que se sientan en la cama, abren las puertas, cierran las ventanas y realizan todas esas labores simples de espantos de ciudad.

Hace tiempo reveló en un sueño que su nombre es Efraín; primer movimiento tosco. Él, que solía ser tan sutil, ahora hasta su nombre nos daba. No la escuchábamos, pero desde entonces comenzó la alarma a sonar.

Anoche dijo algo al oído de quien duerme en el cuarto donde está la cama en la que él se sienta a descansar de no sé sabe qué trajines. Anoche, durante una vigilia, habló.

Efraín ha dicho una cosa terrible, imagino la peor que un espanto tranquilo puede comunicarle a sus otros. Efraín al fin abre puertas de entrada y cierra ventanas para que no podamos escapar. Ha dicho fuerte y claro en el oído de alguien: "Uno". Él ya ha empezado a contar.

En adelante, estando en esa casa buscaré siempre el ruido, miraré lo menos posible y, con la espalda siempre pegada a la pared, esperaré resignada a ver qué va a pasar.

Escalofríos. Efraín dijo "Uno"...

Pánico, horror. Miedo infantil e irracional, lo sé, pero escalofríos. Inutil dar razón.





¿Qué cuenta comienzas? ¿Qué va a empezar o, peor, a terminar?



Uno, dos, tres, punto y coma... el que no se esconda se embroma.




No, yo no quiero jugar.

jueves, marzo 01, 2007

Aquel antiguo sentimiento, aquella idea de que no importaba que O'Brien fuera un amigo o un enemigo, había vuelto a apoderarse de él. O'Brien era una persona con quien se podía hablar. Quizá uno no deseara ser amado tanto como ser comprendido. O'Brien lo había torturado casi hasta enloquecerle y en un momento le haría matar, pero eso no importaba, porque en cierto sentido, más allá de la amistad, había intimidad. De un modo u otro y aunque las palabras que lo explicaran todo no hubieran de ser pronunciadas jamás, había un lugar donde podrían reunirse y hablar.
(1984)